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Boss en total control!





Hace el ademán. Estira la mano derecha y, de repente, la vuelve a subir a la altura de los labios. Sería una noche de subidas.

Daddy Yankee no puede rascarse donde más le pica y, entonces, cierra uno de los zipers de la gabardina que lo encubre. El blin blin de las gafas le da un brillo que delata la expresión de sus ojos: los vira hacia arriba y respira hondo mientras el ascensor trasero del “Choliseo” lo seguía elevando.

“¿Qué es eso?”, pregunta a uno de sus asistentes cuando se topa de frente con una enorme máquina a la que llama minigrúa mientras se ríe como nene chiquito que descubre juguete nuevo.

Sólo tres personas lo rodean. Con los técnicos del concierto no habla mucho, pero sí se permite improvisar los gestos que tienen algunos hombres cuando están nerviosos. Sólo que no puede rascarse ahí, así que lo próximo es montarse donde le dicen que se monte, “que nadie va a saber que eres tú”.

Él, en cambio, vuelve a sonreír y, cual niño chiquito en su primera obra teatral de la escuela, corre unos centímetros la inmensa cortina negra que lo separa de los miles de fanáticos.

“Me siento seguro, la misma adrenalina me pone tranquilo. Todos los juguetes están bien montaos y estoy contento con cómo ha quedado todo”, dice cuando, riendo resignado, ve que Primera Hora se encuentra en el círculo de privacidad que le habían prometido. Su voz lo contradice: jadea cuando articula una vocal y se desliza cuando pronuncia consonantes.

“Oh, shit!”, balbucea cuando se da cuenta de que la minigrúa va a elevarlo sobre 30 pies para llegar al helicóptero. Camina de lado a lado y finalmente se sube, no sin antes abultar los cachetes con otra sonrisa nerviosa.

Una vez allí, sin embargo, posa los codos sobre la baranda y se queda mirando hacia abajo.

“Diatre, ¿y si me caigo de aquí?”, se cuestiona el puertorriqueño que hace casi cuatro años llegó a la cima mundial del reguetón con su “Gasolina”.

Dijo a este diario que no tiene ningún rito antes de comenzar el concierto, pero se puede observar cómo, al alzar la cabeza del suelo muy cerca de llegar al helicópetero, envía un beso al vacío y hace una señal de la cruz.

Toma un sorbo de agua de la botella empezada que le acaban de dar y murmura algo que ya es ininteligible. Silba una pequeña tonada.

“Nada, al fin de cuentas la suerte está echada y estoy con el boss de allá arriba, que es Dios. No me siento agotado, ahora es ver que todo fluya, nada artificial, todo real”.

Después, vuelve a sentir el impulso de la mano que quiere rascar, pero se detiene cuando llega al pecho, mira hacia arriba y se frota la boca. La minigrúa lo sigue subiendo y el público está más cerca. Pero ya no toca el telón, ni la gabardina.

En el camerino

Lejos del revolú de la logística del concierto, los pasillos de los camerinos de los cantantes, incluido el del “Boss”, son tranquilos.

La estilista de Daddy Yankee para esta ocasión, Milly Banch, no tuvo dificultad para recoger su equipo cuando contó a este diario cómo la pasó allí adentro con “El Cangri”.

“Estaba ansioso. Quería ya estar en tarima. Pero estaba tranquilo. Le gusta tener el mando, saber lo que se le está haciendo”, describió la estilista que sólo le retocó la cara porque “la tiene bien cuidada”.

“Son gente de detalles, su esposa (Mireddys González) estuvo con él todo el tiempo, le daba sobitos, lo tranquilizaba. Se portaron súper bien conmigo, todo lo tenían organizado”, detalló la maquilladora, quien complació a la pareja con sus pinceladas.

Sobre el camerino, mostró fotos en las que se veían muebles grandes rojos, frutas en bandejas y surtidos de accesorios para el vestuario.

En lo demás, tenía el aspecto de una suite de hotel lujoso.

“Se viste y ya quiere estar ahí”, continuó la estilista cuando la puerta se abrió para dejar salir a un boss que no dejaba de saludar a sus colegas del género invitados, los hijos pequeños de éstos, como el reguetonero Xavi, y hasta a los manejadores de los wokitokis que invadían el lugar de lado a lado.

“Éste es el jefe, no hay más na’”, balbuceó a Primera Hora en el minuto antes de subirse a la grúa con tics de culequería.

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